Octavio Irving: una nueva respiración en el grabado cubano

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Por: Ricardo Alberto Pérez

Aunque Octavio Irving, nacido en Santa Clara en 1978, parece haber elegido el grabado como su principal soporte expresivo, la riqueza de su pensamiento plástico va mucho más allá de lo que pueda concederle este conjunto de técnicas; por esa razón, en su caso, los procesos que anteceden a la ejecución de las piezas desempeñan un protagonismo inusual. Parece traficar con las formas, como si esta especie de juego pudiera conducirlo a la solución de más de un rompecabezas.

Su arte puede entenderse como una suerte de filtro o agente decantador, que rastrea el sentido; y las dimensiones que necesita para proyectarlo. Se muestra muy consciente del sitio en que se encuentra, y con esa lucidez lo somete a tensiones muy específicas que se vinculan con detalles que le serán útiles para referirse a estructuras mayores como las ciudades, el país, y los imaginarios.

Del objeto parece importarle bastante su historicidad, “el peso”, o “la levedad” que este posea, a la hora de insertarlo en un relato determinado. Así tendrá en su poder un examen, o radiografía encima de la cual se realiza la elección. Estos objetos suelen estar conectados con el imaginario social, y poseer un protagonismo en la vida reciente de la isla.

La ausencia del color como detalle inquietante, atmósferas que caldean la memoria, líneas que se bifurcan con su poco de sugestión, y retoman la añoranza de una subjetividad que pueda recibirse con profundo efecto nutritivo. El efecto visual apunta hacia una compleja belleza que contiene diversos matices, ofreciéndoles a la mente del espectador abundantes posibilidades de disfrute. En este punto parecen cumplirse sus propias palabras: Aún necesitamos zonas de silencio y contemplación, de meditación y reflexión.

Es decir la creación como sosiego y meditación, pero con una actividad que no cesa en el interior de los seres, y de las cosas. Un antagonismo que acelere las mutaciones, para que el laberinto de la evolución no deje de sorprender en sus súbitas explosiones. Justo ese aliento que brota de la profundidad de los acontecimientos se percibe en muchas de sus piezas.

El quehacer de Irving parece estar catalizado por la permanencia de ideas fijas u obsesiones; de ahí que una de las marcas más visibles en sus obras sea la del constante retorno de conflictos y materiales reciclados y revalorados en el devenir del tiempo. Un artista con esas características, por lo general, tiende a la búsqueda de la perfección; no soporta dejar alguna idea inconclusa, o cabo suelto, somete a un rigor particular cada proceso tanto en términos de contenido como de forma.

Otro sello que tiende a singularizarlo es su tendencia a creer en la desconstrucción. De esa forma se introduce en fenómenos conscientemente estructurados por el arte cubano y universal ; y desmonta algunos significados establecidos; para descongestionar la carga simbólica de diversas representaciones muy específicas. Esta forma de proceder es muy apreciada por muchos espectadores, ya que contribuye a desbloquear y clarificar el flujo de una información que se ha ido contaminando por la manipulación casi mimética que se ha ejercido sobre ella.

En cuanto a las cuestiones formales ,por encima de todo, resalta en su labor el intercambio entre lo abstracto y lo figurativo; a partir de ahí parece nacer y desarrollarse su poética. De dicha promiscuidad entre dos formas de concebir la actividad visual se derivan varias actitudes en el momento de asumir la realización de cada pieza. En ese trance ellas obtienen su propio espíritu y la libertad para expresarse en todos los sentidos. Dicha mezcla contribuye a dar una sensación de antigüedad lúdica, o envejecimiento, provocado a partir del hábil trasiego con la memoria; y obteniendo al final el efecto de la novedad.

La fotografía como material de referencia parece aportarle múltiples posibilidades. Lo urbano contenido por un minimalismo radicar que localiza el intenso expresionismo surgido de una actividad espontanea que representa vivir un día tras de otro. Si de repente , nos colocamos ante esas instantáneas que Octavio suele llamar Paisajes, empezaremos a desentrañar qué lo mueve a emprender muchos de sus proyectos. En ellas están de manera contundente lo que el arte ha construido desde la subjetividad durante largos periodos de tiempo.

Estos paisajes no solo nos muestran la pobreza como una realidad inmediata; sino como una posibilidad muy particular de reinventarnos desde lo austero. Aquí la abstracción irrumpe como la huella imborrable de un tiempo vivido, y puede llegar a producir el encantamiento que conocemos de las telas de Amseml Kiefer.

Estar ante una carpeta de dibujos de Octavio Irving puede ser muy estimulante, y provechoso en los afanes de comprender el resto de su obra. En esta fase se aprecia de manera más espontánea y directa su contacto con algunos aspectos de la realidad. El carboncillo representa una intensidad llamativa, pulsiones que transforman de súbito las ideas retóricas que uno suele tener sobre diferentes objetos aparentemente vencidos por la utilidad. Él nos habla de estos en términos reveladores; les inyecta una nueva perspectiva y nos coloca a girar junto con ellos en una especie de carrusel.

Entre los objetos más cercanos a su trabajo encontramos el bote, y a embarcaciones derivadas de este; visiblemente curtidas por su imaginación. Son señales conectadas de manera muy fuerte con la dinámica social de nuestra isla. Justo la intención se asienta sobre la idea que estos nuevos botes se bifurquen en otros destinos, posean más salitre que otras resacas vinculadas a la retórica de un arte político; y sobre todo un trasfondo que nos haga pensar en tiempos remotos. Botes regodeados en torno a sus estructuras, afiliados al contacto de la madera con el agua, y a una expresión más clásica de las formas.

Para nombrar una de sus series utiliza el término Arquitectura emergente (2012); entrando en una relación con el lenguaje que le permite abarcar más de un sentido y materializar una de las llamadas obsesiones que lo acechan ;que es precisamente, su relación con el espacio urbano , y el deseo de representarlo en el estado de crisis, y fragmentación. Aquí hay una cuestión muy íntima, que tiene que ver con su percepción, esa capacidad asombrosa de ir a detalle y sustraerlo, para ser mostrado como otra realidad. En esta cuerda me gusta mucho el grabado: La Habana tiene de todo, tiene manchas (2012) ,que sin dudas; en su tono guarda mucha semejanza con rasgos que ya apreciamos en las fotografías.

Los grabados de Octavio Irving tienen la virtud de oxigenar múltiples interpretaciones que en nuestro arte se han convertido en slogans medio estériles. Él siente afición por ejercer las variaciones del color, y de la forma, de manera muy exigente, y en incesante diálogo con la tradición de esa técnica, provocando al final un indiscutible deleite. Interpone el deseo para disolver la territorialidad, obteniendo una amplia gama de ficciones que brindan complejidad conceptual a sus realizaciones.

Su muestra más reciente “Síntomas de la permanencia”, exhibida de forma colateral al Octavo Encuentro Nacional de Grabado; en el espacio abierto de la revista Revolución y Cultura en el pasado año 2013; viene a confirmar el celo y la rectitud que asume frente a la obra, la capacidad de clavar la memoria en el territorio de la pieza, para que esta pueda chuparla, y engordar su corpus en la plena explosión del deseo.